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El caso de Patri Friedman, nieto del Nobel Milton Friedman, ex Google y Silicon Valley, que dejó todo para crear ciudades flotantes, autosustentables y libres de cualquier gobierno conocido.

Patri Friedman, como su abuelo, sueña con países de libertad

Friedman, un consumado anarco capitalista que promueve la eliminación del Estado y la soberanía del individuo por medio de la propiedad privada y el libre mercado, creó el Seasteading Institute hace diez años para llevar a delante su visión.

En poco tiempo logró la financiación de otro «niño rico que tiene tristeza», el creador de PayPal, Peter Thiel.

Lo que a primera vista parece una loca utopía tiene cada vez más posibilidades de hacerse realidad. El «seasteading» (esto de vivir en una isla artificial) ya cuenta con empresas, académicos, arquitectos e incluso un gobierno trabajando para crear un primer prototipo que estaría navegando para 2020.

A principios del año pasado, el instituto de Friedman llegó a un acuerdo con el gobierno de la Polinesia Francesa probar la primera ciudad flotante en sus aguas. La construcción podría comenzar pronto, y los primeros edificios, el núcleo de una ciudad isla, podrían ser habitables en pocos años.

En su último plan, el Seasteading Institute decidió usar la tecnología existente en la actualidad en lugar de hacer ciencia ficción futurista y contrató los servicios de la empresa de ingeniería holandesa Deltasync.

La ciudad se compondría de una red modular de plataformas rectangulares y pentagonales que le permitirían cambiar de forma según las necesidades de sus habitantes.

Las plataformas de hormigón armado soportarán edificios de tres pisos en los que habrá departamentos, oficinas y hoteles. En el Instituto esperan que vivan a bordo entre 250 y 300 personas. En la etapa inicial, lasuperficie de la ciudad será el equivalente a cuatro manzanas, el 75% de los edificios serán para vivir y el resto para trabajar. Toda la energía provendrá de paneles solares y generadores eólicos. Los cultivos se realizarán en invernaderos.

Los pormenorizado estudios de la construcción dan un costo total de casi 90 millones de dólares y, aunque parezca caro, la iniciativa cuenta con casi mil doscientas personas dispuestas a «subirse al barco». ¿Las motivaciones principales? Tener la oportunidad de experimentar con un nuevo tipo de gobierno y cumplir con el deseo de ser pioneros en una nueva forma de vida. No faltan los que se prenden porque les gustaría vivir en una comunidad chica, porque aman el mar o porque piensan en algunas oportunidades comerciales del tipo «negocios offshore».

En la encuesta que realizó el Seasteading Institute, los aspirantes a colonos marítimos provienen de 67 países distintos (inclusive hay argentinos), pero el 55% son estadounidenses. Casi el 60 % de los enlistados para la aventura tienen menos de 30 años y alrededor de un 32%, entre 30 y 50.

El inicial interés anarco capitalista por sacarse a los políticos y a los estados nacionales de encima está virando hacia encontrar una solución al anunciado aumento de los niveles de los mares por el Calentamiento Global. Pero las ciudades flotantes afrontan varios desafíos ambientales, uno la contaminación que deberían evitar y otro, las fuerzas implacables de la naturaleza.

Así es que, mientras la mayoría de los pioneros marítimos preferirían que su ciudad flotante anchar en el Caribe, el Mediterráneo o entre Australia y Nueva Zelanda, los ingenieros de Seasteading están estudiando el comportamiento de las tormentas y huracanes para evitarlos. Lo primero que inventaron los ingenieros fue un grueso muro rompeolas alrededor del archipiélago urbano, el tema es si bastará con eso.

El proyecto también aborda la conveniencia de invertir en propiedades en un entorno bastante nuevo. Según los expertos, las viviendas de las islas artificiales tendrían un precio inicial similar al de los inmuebles de Londres o Nueva York, lo que habla de precios muy altos.

La duda es si esta especie de oasis político-liberal serán mini países exclusivos para ricos. Los predicadores de estas aldeas flotantes aseguran que las islas serán cada vez más baratas, como sucedió con los teléfonos celulares que fueron exclusivos en los 90 pero sus costos bajaron para llegar hasta los usuarios más pobres hoy.

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