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Por José Luis Espert

Economista argentino.

Para que esto no quede en recomendaciones demasiado generales, voy a precisar algunas de las
medidas concretas que Argentina —después de una transición que es tema aparte— debería
adoptar para revertir la decadencia.

Uno: eliminar, o reducir a un mínimo muy bajo y uniforme, los aranceles a la importación,
adscribiendo además a las disposiciones de la Organización Mundial del Comercio que implican la
eliminación de toda restricción para importar, como las Licencias Automáticas y no Automáticas.

Dos: firmar tratados de libre comercio con todas las regiones o países que deseen acceder a
nuestros mercados, en la medida que nosotros podamos acceder en términos similares a los
suyos.

Tres: terminar con la práctica de gravar con derechos de exportación nuestras exportaciones de
commodities, reemplazando la imposición a esos sectores con impuestos internos que graven la
renta y no la producción agropecuaria, minera o hidrocarburífera.

Cuatro: bajar el gasto público del 40% del PBI de hoy a poco más de la mitad, 25% del PBI, que es
el nivel promedio que Argentina tuvo durante los poco más de cuarenta años que van desde 1961
a 2002, antes del aluvión de gasto maníaco del kirchnerismo, continuado luego por el gobierno de
Cambiemos. Para ello habría que despedir gradualmente a millones de empleados ñoquis,
terminar con las jubilaciones y pensiones no sustentadas en aportes previos y eliminar el
asistencialismo financiado con transferencias de dinero o tarifas políticas o sociales.

Cinco: la política distributiva debe focalizarse en atender a los sectores más desprotegidos,
proveyendo la asistencia en especie que da una escuela básica gratuita, un comedor escolar
gratuito, un hospital público gratuito, un entrenamiento laboral gratuito. Hay que cambiar
dramáticamente de un asistencialismo en dinero, y por lo tanto incondicionado, que destruye la
cultura del trabajo y genera clientes del populismo, a una asistencia que le permita a los
marginados salir por sí mismos de la pobreza. Hay que enseñar a pescar y no regalar pescado. No
será posible ser competitivos y revertir la decadencia que trae la existencia de un 50% de la
población que vive (sin trabajar en algo útil) del otro 50%.

Seis: eliminar los planes sociales y entregar a cambio a sus ex beneficiarios una tarjeta que diga
“Exento de Aportes Personales y Contribuciones Patronales por diez años”. Es preferible subsidiar
transitoriamente empleos productivos a mantener gente aparentemente empleada en actividades
que no agregan valor. El aumento de la oferta laboral para actividades genuinas es esencial para
que la mayor inversión no enfrente cuellos de botella.

Siete: la baja del gasto público es el único camino posible para una baja de la presión tributaria,
que debe empezar po

Ocho: la baja del gasto público es también necesaria para mantener las cuentas fiscales
equilibradas. La ausencia de déficit fiscales y en particular aquellos financiados con
endeudamiento externo, es un imperativo en una economía abierta que necesita de un tipo de
cambio competitivo para prosperar y crecer sostenidamente. Un endeudamiento público bajo o
inexistente es además lo que permitiría un financiamiento barato para la expansión de las
actividades privadas productivas.

Nueve: un componente importante de la baja del gasto público deberá ser la reducción de los
gastos del aparato político, cobijado en bancas y empleados excesivos en el Congreso, en las
Legislaturas Provinciales, en los Consejos Municipales y en numerosas empresas y organismos
estatales.

Diez: una parte sustantiva de la baja del gasto debe producirse en las Provincias y Municipios. Su
reducción permitirá la eliminación de la coparticipación federal de impuestos, que es un sistema
perverso de transferencias no condicionadas, que promueve el comportamiento económicamente
irresponsable y políticamente feudal en las jurisdicciones locales. Si hay provincias que no pueden
financiarse, hay que terminar con el artificio, regionalizando grupos de provincias para obtener
jurisdicciones que sean autofinanciables.

Once: todos los regímenes de promoción industrial y regional deben ser eliminados, tanto el
régimen de Tierra del Fuego como cualquier otro régimen promocional en las Provincias. El
desarrollo provincial debe ser genuino y para ello bastará con la liberación de impuestos a las
exportaciones de commodities, mantener un tipo de cambio competitivo y liberar mano de obra
para las actividades agroindustriales a través del achicamiento de los empleos provinciales y
municipales.

Doce: el sindicalismo debe perder su poder concentrado de extorsión política a través de huelgas
generales. Para ello deberá eliminarse el “unicato” sindical, la afiliación obligatoria y la falta de
democracia en la elección de los representantes de los trabajadores, prohibiendo las reelecciones
continuas. El sindicalismo debe perder su rol de intermediador en la provisión de la salud a través
de las Obras Sociales, rol que los sindicatos no cumplen en ningún país digno de ser considerado
como modelo. Las negociaciones salariales deben ser por empresas, eliminando la negociación
colectiva, que no contempla la situación diferencial de distintas empresas dentro de cada rama.
El derecho de huelga debe eliminarse en el sector público, y en el sector privado debe ser
condicionado a la pérdida de los salarios durante los días de huelga. La Ley de Emergencia Social,
sancionada a fines de 2016 para darles decenas de miles de millones de pesos a los piqueteros y
hasta una obra social, debe ser derogada. Es una afrenta imperdonable que a la gente de trabajo
se le cobren impuestos para darles fondos a personajes que les cortan las calles cuando quieren o
necesitan transitar por las ciudades o las rutas. No puede ser que el pago de impuestos sea tan
abiertamente perjudicial para aquellas personas que viven en regla. No se puede construir una
sociedad civil con semejante subversión de valores.

Trece: reformar a fondo el sistema educativo es un imperativo si pretendemos que nuestra gente
compita con éxito en la economía mundial. Esto requiere eliminar el control que los sindicatos y
las burocracias provinciales tienen sobre el sistema. El Estatuto del Docente debe ser eliminado y
como contrapartida los docentes deben formarse y competir para progresar. Los maestros deben
ser promovidos y remunerados según sus méritos. Los padres deben tomar un rol fundamental,
fundado en la elección del colegio para sus hijos. Para ello el Estado debe subsidiar la educación
básica, independientemente de dónde decida la familia enviar a su chico, sea una escuela pública
o privada. Para que los padres tomen las mejores decisiones, deben existir exámenes
estandarizados a nivel nacional de cobertura universal, que permitan comparar los rendimientos
escolares de todas las escuelas. La inserción y competitividad internacional de nuestro sistema
educativo debe ser alentada a través de la participación en los exámenes PISA o similares; y que
haya un sistema público de becas a los mejores graduados universitarios con intención de
dedicarse a la docencia para que se capaciten en las mejores universidades del mundo.
Estas propuestas están concentradas en aspectos fundamentalmente económicos para que
Argentina torne la decadencia en prosperidad. No incluyen otras medidas necesarias que hacen al
funcionamiento eficiente de una democracia republicana, como las referidas a cambios en el
régimen electoral, el funcionamiento eficiente y no corrupto de la justicia, la eficiencia del aparato
de seguridad y la lucha contra el narcotráfico. Esos aspectos son esenciales, pero exceden a este
libro.
En definitiva, y para ser claros, se trata de reemplazar un modelo de explotación de la sociedad
por parte de esas tres corporaciones corruptas y decadentes que son los sindicatos, los
empresarios prebendarios y los políticos actuales por otro basado en el libre comercio y un Estado
que cobre impuestos razonables.
Como dijo aquel extraordinario prócer y maestro, Domingo Faustino Sarmiento, es necesario
educar al soberano. A esta idea podemos agregar otra más antigua. La formuló Confucio en el siglo
V antes de nuestra era: “Los cambios pueden tener lugar despacio. Lo importante es que tengan
lugar”. Argentinos, manos a la obra.

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