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A quienes defienden la libertad solo les quedan dos opciones, o se arrodillan ante el totalitarismo del pensamiento único, o esperan a la policía de la corrección política.

Las fábricas del pensamiento único han abierto la línea de ensamblaje, el proceso automatizado ejecuta una lobotomía, extrae las áreas de conocimiento y las inocula con propaganda, ya no es necesaria la plataforma académica para el adoctrinamiento, las redes sociales han abierto canales más efectivos para disparar a los jóvenes, no balas, sino mentiras.

El nuevo hombre de Occidente detesta su sociedad mientras se deshace en halagos a las tiranías que nacen en el Medio Oriente y se expanden hasta China, pero nada de esto es casual, el trabajo de fondo que ha venido realizándose ha sido exhaustivo, y abarca mucho más de lo que el común denominador conoce o es capaz de identificar.

La cultura de cancelación no es un fenómeno que se origine en Estados Unidos, aunque allí es que cobre relevancia, esta iniciativa de ir asesinando el pensamiento contrario nace en la extinta Unión Soviética, fueron ellos los primeros en patentar e industrializar la infiltración de académicos, periodistas, e influenciadores en las sociedades de Occidente, acción que posteriormente ha sido emulada por Cuba y el resto de naciones que han ido cayendo ante las garras del socialcomunismo y la ideología victimista como mecanismo para instaurar estados totalitarios.

A día de hoy no hay espacio seguro del adoctrinamiento de los niños, de hecho las escuelas y universidades se han convertido en el mayor espacio de cultivo para las ideologías colectivistas, las editoriales publican en su mayoría libros que vayan de la mano a la narrativa progresista, hoy hasta las más grandes ligas deportivas hacen propaganda al movimiento “Black Lives Matters” que ya ha declarado ser practicante del marxismo comunista, quienes además insisten de manera peligrosa en segregar a las sociedades e incendiar a Estados Unidos a través de los saqueos.

A esta fábrica del pensamiento único se han sumado los medios de comunicación, en el idioma español si usted hace un rastreo por las principales ventanas informativas y agencias de cable, quienes además brindan su contenido a los medios nacionales, no encontrará ni una sola referencia a la palabra “ultraizquierda”, pero podrá observar como todo acto ofensivo o denigrante de inmediato es tachado de “ultraderecha”; es la línea editorial, todo lo bueno “izquierda”, lo malo “ultraderecha”, sin importar los actores, así por ejemplo a la decisión de la tiranía socialista de Nicolás Maduro de coartar el derecho al voto directo de los indígenas lo categorizaron como una acción de “ultraderecha”, lo mismo hicieron con una marcha en Berlín que realizaron ciudadanos en contra de la cuarentena por el coronavirus, lo tildaron como una “protesta de la ultraderecha” y en las fotografías se podían observar personas con las banderas del movimiento LGBT y hombres con máscaras de unicornio.

A fin de cuenta la realidad importa poco, lo que suma y queda en el inconsciente es la narrativa, así fue como convirtieron al nacional socialista de Adolf Hitler en un representante de la “ultraderecha” y esa acepción errada se mantiene hoy en día sin importar el trasfondo colectivista del mismo, por eso la izquierda triunfa, vence en los campos de la mente, tritura el pensamiento contrario, genera solidaridad inmediata.

Este blanqueo de la palabra ultraizquierda y el uso exacerbado de la ultraderecha en el vocabulario políticamente correcto fomenta una tiranía del lenguaje, tal como narró Orwell en 1984, el sufrimiento por ejemplo dejará de existir si no hay una palabra que lo defina, del mismo modo intentan desaparecer del mapa narrativo a la ultraizquierda. Pero esto no es una exclusividad de la prensa, se ve en todas partes, así por ejemplo en la serie Jack Ryan producida por Amazon, el protagonista está luchando contra el régimen venezolano y en ningún momento se ocultan las aberraciones que suceden en el país, por el contrario, se habla del hambre y el totalitarismo del gobierno de turno, pero lo más importante, el presidente de Venezuela en esa ficción, llamado “Nicolás Reyes”, no es socialista, a él lo representan como un mandatario conservador nacionalista de derecha, y por otra parte, presentan a su adversario político como un socialista bienpensante que quiere resolver los problemas de Venezuela mediante las mismas misiones sociales que implementó Hugo Chávez para arruinar el país.

Hoy en día es común encontrar artículos y editoriales en The New York Times, Washington Post, El País, BBC, CNN, Deustche Welle, NBC, The Guardian, Time, entre otros grandes e influyentes medios de comunicación que visibilizan y reportan la tragedia que viven los venezolanos, pero lo hacen a su manera, es decir, señalan y muestran la destrucción del país, pero jamás indican las razones por las que esto ocurre, o cuando lo hacen, acusan al “imperialismo” o al “capitalismo” de lo que el socialismo ha destruido; en ese sentido si hay falta de combustible en Venezuela nunca dirán que es por la destrucción de las refinerías de petróleo en Venezuela a manos del Estado, dirán que es por las sanciones de Estados Unidos; si hay escasez de comida, acusan al “neoliberalismo” de esto, las razones no importan mucho, lo que interesa es la narrativa, así van denunciando al régimen pero protegen la ideología, quedan bien con el mundo y arman ficciones favorables para la izquierda.

Siguiendo con la narrativa venezolana, hace aproximadamente dos años y medio terminé una novela en la que trabajé por 16 meses, la historia empieza en el año 1992 con el histórico golpe de Estado fallido de Hugo Chávez y termina en el año 2017 en medio de las últimas protestas ocurridas en el país; hubo un pedido de una gran editorial para ello, al terminarla realicé el envío del manuscrito y tras la lectura se me informó que había una decisión editorial de no publicar historias relativas al chavismo; en aquel momento no lo entendí muy bien, pues habían obras de otros autores venezolanos sobre el tema, pero en verdad no lo pensé demasiado y sencillamente fui a tocar otras puertas, luego recibí otras respuestas de parte de agentes literarios en España y casas editoriales en América Latina que me hicieron comprender lo que sucedía, les reproduciré brevemente extractos de tres respuestas negativas sobre la publicación o representación de la obra:

— “Emmanuel, lamento informarte que no podremos representar tu obra, no tenemos dudas que tiene un gran potencial, pero en este momento estamos buscando otro tipo de opiniones…”

— “Hay ciertas formas de abordar las problemáticas sociales de Venezuela que no convence a nuestro comité editorial…”

— “Consideramos que es una obra fantástica, pero creemos que habrá mejores tiempos para su publicación…”

Entonces fue cuando empecé a comprender qué era lo que ocurría, leí a profundidad las obras de otros escritores que denuncian los atropellos del chavismo, de esos mismos que tienen vitrina en medios como el New York Times o El País, y entonces todo fue evidente, estos escritores —a quienes de ninguna forma intento menospreciar— porque todos ellos, a pesar de sus ideales o formas de comprender el cataclismo venezolanos son grandes narradores, tienen una forma de abordar el tema que complace esa fábrica de pensamiento igualitario, y sí, en Venezuela hay una pesadilla, pero eso es porque “no hay verdadero socialismo”, ¿ya entienden por dónde va todo?

Pablo Montoya por ejemplo, el escritor colombiano, último ganador del Premio Rómulo Gallegos, ese que fue compensado con cien mil dólares dijo sin tapujos en una entrevista con El Universal: “los autores y sus novelas galardonadas gozan de un fuerte contorno político, y ese contorno en la mayoría de los casos ha estado vinculado con ideologías que se han ubicado más en el campo de la izquierda que de la derecha. Pasar por alto este carácter me parece ingenuo”. Y además también agregó sobre las críticas emitidas a quienes decidieron participar “no me cuesta imaginarlo, vienen de la orilla literaria que defienden el criterio comercial de la literatura y el establecimiento de una democracia de tipo neoliberal en Venezuela”.

Es decir, el autor proclama abiertamente que para nadie es un secreto que los premios literarios favorecen a la izquierda y además declara con una connotación negativa el intento de establecer en Venezuela una “democracia de tipo neoliberal”, pues para él resulta mucho más agradable una tiranía socialista y criminal, el resultado: cien mil dólares y sus libros distribuidos por todas las librerías de habla hispana.

Gracias a esto finalmente pude comprender las razones al rechazo de mi manuscrito, es muy probable que si mi novela hubiese advertido en medio de su narrativa que el problema en Venezuela era que Maduro se había convertido en un monstruo de “ultraderecha”, hoy la misma estaría en todas las librerías de Madrid, Buenos Aires, México y el resto de grandes ciudades de habla hispana, y hasta hubiese recibido uno que otro premio, pero el problema con la obra es que no es complaciente para la dictadura del pensamiento, narra cómo el socialismo fue degradando a Venezuela, como los subsidios y las dádivas sociales fueron generando un cáncer social y una sociedad parasitaria, y eso por supuesto, no es algo positivo para la narrativa que han posicionado en el mundo actual; es por eso que las más de cien mil palabras de esa obra continúan guardadas en una carpeta de mi computador y no están siendo leídas por miles de personas.

Todos estos condicionamientos han ido creando un sistema de vigilancia sumamente estricto operado por los propios ciudadanos, se ha generado la estructura y la narrativa para perseguir a todo el que no cumpla con ciertos patrones, que no se deje dirigir como una cabra, todo el que piense es un enemigo, aquel que considera que debe existir la propiedad privada y la libertad atenta contra la policía del pensamiento. Incluso el Gran Hermano ha desembarcado en las redes sociales, Facebook y Twitter también se han enfilado a silenciar las voces de derecha en los Estados Unidos, y esta es una dinámica que es repetida y plagiada en otras partes del mundo, sin darnos cuenta, todo el que defienda los ideales de libertad, del individualismo, del mercado, de la meritocracia, se ha ido convirtiendo en un enemigo de la sociedad bienpensante, en un sujeto peligroso que debe ser silenciado o erradicado.

Arquetípicamente el ser humano no ha evolucionado del todo, han pasado miles de años, diversas civilizaciones, pero el hombre sigue sin superar ese gen tribal colectivista, necesita ser y sentirse parte de la manada, que lo arreen, que le digan que hacer, que alguien otorgue todas las respuestas; el hombre solo quiere aplaudir, ver la sangre correr en una plaza para no aburrirse, y pasarse la vida acusando a unos y otros de sus propias desgracias. ¿Asumir responsabilidades? Eso no va con muchos.

Hoy la cultura de cancelación ha logrado sus objetivos, ha avanzado mucho más de lo que usted se imagina, si usted no apoya el colectivismo y los movimientos de segregación o favorecimiento a ciertas comunidades, su proyecto para una película o documental no será distribuido en Netflix o las grandes cadenas de streaming; si sus artículos hablan mal de la ideología de género serán censurados en las redes sociales; si sus libros detallan de forma expresa el fracaso del socialismo no será publicado en las grandes editoriales ni recibirá premios; pero lo que es peor, si usted no está de acuerdo con lo que está de moda en el mundo “ir en contra del sistema capitalista”, no solo su voz será silenciada, sino que es probable que las hordas de la ultraizquierda le denuncien por “acoso” y le hagan quedarse sin trabajo; curiosamente hoy estar en contra de la ideología que ha matado de hambre a millones de personas puede matarlo de hambre a usted.

En el mundo de hoy los seres humanos no quieren cordura, quieren salvajismo, no quieren racionalizar, quieren patrones preestablecidos, no quieren libertad, piden a gritos cadenas y despotrican contra el que se salga del guion; al final del día hemos terminado de construir esas civilizaciones tormentosas que Orwell escribía casi como una sátira, Occidente se ha convertido en una fábrica de estúpidos, son ensamblados al mayor y dominan el mundo, les han vaciado al cerebro y los han vuelto a llenar con propaganda, ellos solo repiten el mensaje; al final, a quienes defienden la libertad solo les quedan dos opciones, o se arrodillan ante el totalitarismo del pensamiento único, o esperan a ser puestos en filas y fusilados en masa por la policía de la corrección política.

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